Turismo religioso

El Poliedro

“La llamada Gran Procesión en Roma ha pasado desapercibida para el Vaticano, y ha costado a las instituciones 2,5 millones, del todo evitables”

Hace unos días, en algunas de las portadas de esta casa podía leerse: “La Gran Procesión de Roma ha costado más de 2,5 millones”. El trono de la Virgen de la Esperanza, de Málaga, y el paso de Cachorro, de Sevilla, eran los protagonistas de un desembarco procesional al parecer fallido, porque no obtuvo ni un guiño del nuevo Papa, León XIV, que bien puede no estar para procesiones. Por mencionar otro aterrizaje de hermandades andaluzas en Roma o el Vaticano, hace 25 años Juan Pablo II saludaba a la Virgen del Mayor Dolor de Granada en la Plaza de San Pedro. A mí me parecen estos empeños unos soberanos despropósitos, a mayor gloria de barandas. Perfectamente evitables para esas hermandades. Sin esgrimir mis cuotas ni mis papeletas de sitio, que las hubo, boca tengo, y la mantengo. 

Escribía Carlos Navarro, enviado especial, cuyas crónicas tienen todo de lo que esta pieza de hoy carece, o sea, conocimiento de causa: “(...) un cortejo que, al parecer, pierde interés según se aleja de Andalucía”. Zapatero, a tus zapatos... y en tu zapatería. Vamos a los 2,5 millones de marras, los que han apoquinado sobre todo la Junta y, a escote, los ayuntamientos y diputaciones provinciales, más las fundaciones Cajasol y Unicaja. ¿Por qué? Auditar los desembolsos públicos en cosas privadas nos podría llevar a una controversia infinita. Cientos de casos podemos traer aquí a colación, no todos firmados por Juanma Moreno. Muchos y gravosos. Pero igualmente desaguados cañería abajo. Hay algo realmente descorazonador en este embarque romano, y no es el papelón de las dos procesiones por una displicente Roma.

“Promocionar el la religión es hacer baratura de las cosas caras. Esto es, queridas”

Es que la Junta considere este escuálido deambular de pasos por tierra extraña “un éxito”, por la promoción del “turismo religioso”. Demos por descontado que el turismo religioso es conveniente para la política económica regional; que ya es descontar. Que no le revientan las costuras a las Semanas Santas del sur, o al menos a las de Sevilla y Málaga. Que Canal Sur encuentra un ancla y un nutritivo bocado de cuota de pantalla en las procesiones. No hace falta promocionar este asunto. Ya es bastante, y demasiado. No pocos de los propios, que lo son a miles, reniegan del mogollón, de la liquidación festivalera de su devoción. Qué necesidad hay de promocionar el “turismo religioso”, una pareja de palabras realmente desagradable. Los grandes y pequeños templos, el asombroso patrimonio de la Iglesia, no necesitan más turismo, sino menos. La religiosidad popular andaluza no traga una gota de notoriedad más, y lo dice un profano de pleno derecho. Que, con el debido respeto y la debida hartura, está completamente en contra del exceso en casi todo tipo de manifestación popular masiva. Que esa es otra, y no la de hoy.

¿Qué hace el Cachorro en un avión, expedido de comerciales maneras para acabarse sometiendo a la nadería y el desdén, lejos de su templo?, se pregunta uno cándidamente. Doctores tiene la cosa. Pero, reiteremos, ¿qué hacen los poderes públicos arrimando un pastizal a una causa de tan dudosa necesidad, y peor resultado, por lo demás previsible? No es mucho 2,5 millones, y muchos casos de manga ancha habrá habido. Es hacer un pan con unas tortas, o con unas hostias, que de ambas maneras se dice el dicho que se refiere al hecho de cometer un error o hacer algo de manera muy deficiente. No es ya el dinero. Quien vive en una ciudad abierta de patas al turismo y al evento multitudinario no entiende cómo se puede tocar tanto a la rosa. Para muchos, la flor más inmarcesible, la familia, el barrio, la pertenencia; para otros, un genuino timbre de identidad, pero una forma de expresión de la que somos poco partícipes. Promocionar el “turismo religioso” es hacer baratura de las cosas caras. Esto es, queridas. 

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